domingo, 21 de julio de 2013

Aberraciones de la calle en la que vivo


Vivo en una pequeña calle céntrica que no alcanza siquiera un kilómetro de extensión. Atravesada por otras tres de importancias diversas, empieza en una vía rápida de movimiento incesante —una de esas arterias animadas veinticuatro horas del día por el fluir de coches y camiones— y acaba en una de las avenidas más importantes y hermosas de la ciudad. A pesar de que en ambos lados de la calle hay árboles (colorines, liquidámbares, jacarandas, truenos), es difícil encontrar individuos que no presenten muestras de algún género de agresión.
Un mediodía de hace dos años, a la puerta misma de mi casa, me tocó presenciar una “poda” —por llamarla de alguna manera— y la triste experiencia quedó plasmada en un informe sobre la estupidez que publiqué en este espacio (http://bit.ly/15caa0i).
Hace menos de quince días me di cuenta con ojos verdaderamente atónitos que echaban abajo un bellísimo hule a sólo unas cuantas cuadras de mi casa. Ahora que remuevo entre mis fotos descubro que tengo una imagen de cómo era el árbol en octubre de 2010.
A plena luz del día y a lo largo de dos jornadas de trabajo (el jueves y el domingo de una misma semana), un grupo de supuestos jardineros que parecían más bien trabajadores de la industria pesada agredieron a hachazos al corpulento ficus elastica hasta convertirlo en un lamentable montón de leña. En la imagen que reproduzco a continuación, y que fue conseguida por mi hermano Jose la tarde misma que le dieron la puntilla, puede verse cómo lo dejaron.
Lo peor de todo es que los vecinos no sólo no se opusieron al derribo del árbol sino que, en cuanto se dio por terminada la funesta tarea, con repugnante rapacidad corrieron a llevarse a sus casas los pedazos más grandes de su tronco y los troncos secundarios, ya no sólo como meros testigos impasibles de la aberración. Véase lo que quedó del árbol en esta fotografía que tomé hoy mismo:
Como casi cualquier otra calle de la colonia en la que vivo, la mía resulta un muestrario bastante rico de agresiones contra los árboles. Es verdad que aquí y allá se ve algún apretado follaje que puede hacer pensar que exagero. 
Pero no debemos engañarnos: se trata de esos grupos de ficus que quién sabe por qué razones se escapan del machete municipal y logran formar pequeñas masas de follaje contra el absurdo imperante, pero que, necesitados de la poda inteligente que nunca han tenido, no consiguen sino ejemplificar la estupidez desde el extremo opuesto. Basta con ajustar un poco la mirada para descubrir heridas profundas, crecimientos absurdos, troncos truncos, a todo lo largo de la calle.
Las formas de los árboles son con frecuencia inexplicables o ridículas: acusadamente oblongos, con alopecias a distintas alturas, a veces sin ramajes intermedios. Hacia la mitad de la calle hay una gran oficina pública y delante de ella es donde el error de la política gubernamental es más burdo: dos jacarandas plantadas delante de su fachada, que bien pudieron dar a ese tramo de la calle la sombra y la belleza que le faltan, han sido castigadas sistemáticamente hasta hacerlas cada vez más imposibles y monstruosas: el resultado es un par de troncos telescópicos y débiles que prácticamente no tienen nada que ostentar. 
Durante la pasada primavera, por los días en que sus congéneres a lo largo y ancho de la ciudad de México destacaban por su floración, me pareció más que nunca que carecían de razón de vivir, y aun así, con una increíble nobleza y contra todo pronóstico, todavía alcanzaron a expectorar unos cuantos ramilletes de flores raquíticas.
Por si fuera poco, no hay una cuadra que no tenga muestras de tala: me refiero a esos dramáticos enanos extrañamente llamados tocones. Según el diccionario, “tocón” viene de “tueco” —palabra que se forma de la onomatopeya “toc, tuc”, seguramente el ruido que se produce al golpear el tronco del árbol. 
El tocón es el pie muerto de un árbol que ha sido talado por la parte inferior, es decir la parte visible de la raíz que ha quedado enterrada en el suelo a profundidades variables. Mi calle, por más que sea pequeña, abunda en ellos, a veces disimulados entre el pasto que crece en las jardineras de las banquetas.
Casi desde que llegué a vivir a la pequeña calle se me ocurrió hacer un levantamiento fotográfico de las agresiones contra sus árboles. Por fin en octubre del año pasado, al volver en taxi de una comida a la que había llevado mi cámara, procedí a documentarlas. 
Sin embargo, cuando llegué a la puerta de mi casa, caminadas las dos terceras partes del trayecto, decidí concluir la tarea cualquier otro día. No pudo ser: dos meses más tarde, nada menos que la noche del 24 de diciembre, mi cámara, que era relativamente nueva, se descompuso sin remedio. Algunas de las fotos que ilustran este post son una selección mínima de las que conseguí hacer aquella tarde. No reproducen todas las aberraciones que hay en la calle pero dan bastante idea de ellas.
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Informe sobre la estupidez, http://bit.ly/oSklUj

Más sobre árboles en este blog:
Casas en los árboles, http://bit.ly/WwVYhL
La casita en el árbol, http://bit.ly/115KVjn
El árbol de Giovanna, http://bit.ly/WwW7BI
El tejo de Bermiego (en la foto de la derecha), http://bit.ly/9NE36k

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