domingo, 15 de septiembre de 2013

Unas memorias de América


A principios del año pasado, mi amigo Juaco López Álvarez, director del Muséu del Pueblu d'Asturies, me pidió que editara para esa institución un manuscrito misteriosamente aparecido en los desvanes de una casa en venta. 
Se trataba de las memorias de un asturiano llamado Cayetano Sobrino Mijares que a partir de 1871 pasó un cuarto de siglo en América, en La Habana primero y luego en Veracruz. Parte del interés del asunto estaba en algo de lo que me enteré cuando preparaba el texto para la imprenta: sus recuerdos de las cosas de ultramar, escritos en forma de carta a sus hijos hacía cerca de un siglo, se habían quedado sin destinatario específico porque absolutamente nadie de su familia había sobrevivido. 
Eso, me pareció a mí, les daba un valor tan grande como el que tenían en sí mismos: los testimonios de las aventuras de los emigrantes españoles en tierras americanas anteriores a la Guerra Civil son todo menos abundantes, tal como había confirmado en persona cuando trataba de documentar ese amplio momento histórico, por lo que las memorias de Cayetano Sobrino Mijares estaban dirigidas precisamente a los investigadores como yo. 
El libro, que apareció con el título de Memorias de un emigrante asturiano (La Habana y Veracruz, 1871-1903), vio la luz hace unos meses y fue presentado en diversas ocasiones y sedes del Principado. Copio algunos fragmentos de mi prólogo, con la idea de dar alguna idea del contenido del valioso documento. Las fotos que ilustran esta entrega de Siglo en la brisa, y que son de los tiempos en que Sobrino Mijares vivió en el puerto mexicano, son las que se reproducen en la edición impresa del libro; pertenecen a la Fototeca de Veracruz Juan Malpica Mimendi, que nos las prestó generosamente y a la que expreso una vez más mi gratitud.

Memorias de Cayetano Sobrino Mijares (prólogo)
Por FF

Individualismo
Me parece que el individualismo característico de las culturas hispánicas está acendrado en el espíritu del asturiano y eso se nota a veces demasiado en la experiencia americana. No son pocos los testimonios que insisten en las dificultades que se vivían con frecuencia entre nacidos en la misma provincia y aun en el mismo pueblo, trasplantados al mundo ancho y ajeno de América. […] El testimonio de Mijares es ejemplar del caso de quien no contaba con ningún género de apoyo familiar o amistoso; así, el primer asturiano que lo empleó en La Habana, en donde vivió tres años antes de trasladarse a México, un hombre nacido en su mismo pueblo significativamente apodado El Diablo —a quien va dirigida la primera de las dos misivas que lleva consigo—, le da un día una bofetada que lo acaba mandando a un hospital. De otro asturiano que lo empleó, ya en el mexicano puerto de Veracruz, originario no de Cué sino del vecino pueblo de Andrín, y que en el tiempo de su escritura aún vivía, dice que lo trató “no como gente sino como borrego”…

Beneficencia
En contraste con la falta de medios de los primeros años se alza una de las máximas creaciones de los emigrantes en América: la Beneficencia Española. Para los recién llegados, por supuesto, pero también para los que caían enfermos —lo que sucedía casi por fuerza dado el drástico cambio climático y alimenticio que suponía el paso entre continentes—, y no pocas veces para el final de la vida, en el caso de que la aventura americana no concluyera con el éxito económico o familiar no reservado para todos.

“Seriedad”
El tiempo bastante corto de la redacción de sus memorias —apenas cinco semanas— y la seriedad con la que asumió el proyecto, describen el carácter de Cayetano Sobrino Mijares mejor que muchas palabras. La seriedad que comunican sus memorias hace pensar en ese valor al que se referían los viejos emigrantes asturianos, que quizás ahora no comprendamos en su toda su dimensión y que les servía para describir algo que iba más allá de la gravedad o la compostura en el modo de proceder con que la define el diccionario. No quiere decir que el estilo no sea espontáneo y de cuando en cuando incluso familiar —a veces con un sentido del humor de innegable sabor asturiano— o que no se permita hacer correcciones al vuelo, como cuando precisa una fecha que antes ha dado erróneamente o corrige la información adelantada sin exactitud en alguno de los epígrafes. A la seriedad quizás se deba, en cambio, que excluya casi toda reflexión que no sea en algún sentido pedagógica y por eso nos perdemos de toda una dimensión de su pasado que no puede ni debe de ser parte de su memorioso legado. […] No hay siquiera alusiones a su vida sentimental, ni en tierras mexicanas ni asturianas, ni antes ni después del cuarto de siglo que estuvo en América, como si hubiera vivido sus peripecias en perfecta soledad. Sólo nos enteramos de su estado de hombre casado cuando lo menciona de pasada, muy avanzado su relato y a propósito de otro asunto. Y si es cierto que lo concluimos desde las primeras páginas del hecho de que dirige sus recuerdos a sus hijos, es muy significativo que prácticamente no dedique una sola palabra a la madre de ellos.

Celo a la hora de llevar las cuentas
Es proverbial entre los emigrantes el celo con que se llevan las cuentas, siempre por escrito y al día y no sólo entre quienes hacen fortuna, lo que más tarde, incluso muchos años después, les permite evocar los montos de las pérdidas y las ganancias de cuanto emprendieron con toda precisión y certeza. No en balde al principio Mijares cuenta que fue en la escuela de su pueblo —que entonces no tenía otra ubicación que el pórtico de la iglesia— donde aprendió a hacer las cuentas, y que tantos años más tarde conservaba el cuaderno en que las había practicado por primera vez, que no pocas veces le había servido de ayuda.

Eficacia descriptiva
Pero las virtudes de su relato van más allá de la ejemplaridad de su trayectoria o la precisión con la que se refiere a la administración y la economía. Son eficaces las descripciones que hace de cuanto llama su atención: la primera vez que ve a un grupo de negros, por ejemplo, al hacer una escala en Puerto Rico, o el aspecto triste y desangelado de Veracruz; la riqueza característica de la panadería mexicana o su descripción de la lluvia como un fenómeno muy distinto al que se conoce en la pluviosa Asturias. También, la naturaleza del pulque o el mole, por mencionar una bebida y una comida típicos de la gastronomía mexicana que describe de una forma que hace casi innecesario que una edición anotada de sus memorias deba aclararlos a su vez.

Conclusión filosófica (de un manuscrito originalmente llamado “Biografía e historia de la vida y milagros del señor del margen, escrita por él mismo y dedicada a sus hijos”)
Concluida la relación de su aventura, Mijares dedica las últimas páginas de sus memorias a ensayar una conclusión filosófica de su experiencia, aunque sin olvidar jamás el sentido práctico. Entre otras cosas, da recomendaciones para fortalecerse económicamente, ya que del “tener”, dice, “depende nuestro bienestar y en ocasiones hasta la vida”. Así, no es raro que la última de sus reflexiones se refiera al dinero, nada menos que “el árbitro del mundo, la palanca poderosa que hace moverse todo”, lo único seguro en una sociedad “que es una farsa”. Cuatro son las palabras, afirma, en las que está el secreto para hacerse rico en América: trabajo, constancia, economía y honradez. Y algo más, algo que no enlista pero que está detrás de cada uno de los pasajes de su narración: la fuerza de voluntad. Para confirmarlo acude al testimonio del explorador César de Montalbán, a quien oyó contar en una conferencia en el Casino de Llanes cómo había dado la vuelta al mundo sin dinero, lo que seguía haciendo delante de los ojos de quienes iban a escucharlo y que nuestro memorista no deja de celebrar con un guiño irónico. Y es que, afirma éste, ya lo dice “el antiguo proverbio: querer es poder”. Es cuando me parece que cobra sentido la inclusión de la palabra “milagros” en el título de sus memorias: más que una pincelada de humorismo, como se pensaría a primera vista, creo que Mijares atinó al considerar milagroso el resultado de la fuerza de la voluntad, que fundó y sostuvo en América una épica de la vida cotidiana que no tiene paralelo en la historia moderna de Asturias.
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La foto de Juaco López Álvarez la tomé yo mismo, en septiembre de 2006, cuando visitamos juntos el tejo centenario que se venera en el cementerio de la Villa de Salas, capital del concejo asturiano de Salas.

El resto de las fotos que ilustran este post pertenecen a la Fototeca de Veracruz Juan Malpica Mimendi, cuya amable directora es Rosa María López Martínez. La Fototeca puede visitarse en la red: fototecadeveracruz.blogspot.mx

Más sobre Asturias en este blog:
Alfonso Camín en el Campo San Francisco, http://bit.ly/IRN4qV
La calle Paraíso de Oviedo, http://bit.ly/rRi3Cu
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