viernes, 14 de agosto de 2015

Deniz en Buenos Aires


En mayo pasado, durante la Feria del Libro de Buenos Aires, se llevó a cabo una mesa redonda sobre Gerardo Deniz. Uno de los participantes del homenaje, organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México, el poeta, editor y librero argentino Eduardo Ainbinder, contó que visitó al poeta en dos distintas ocasiones, la primera de ellas en 1997 y la segunda un lustro más tarde.
Tanto me interesó lo que dijo que, aunque participaba yo también en la mesa redonda, no hice otra cosa que tomar notas –con el propósito secreto de armar una entrada para este blog­. Unos días más tarde, pensándolo mejor, le pedí a Ainbinder que escribiera él mismo sus recuerdos de las dos veces que visitó al poeta fallecido el 20 de diciembre del año pasado. El testimonio de este talentoso escritor y hombre de libros argentino dice mucho de cómo se lee a Deniz más allá de las fronteras mexicanas. Publico este post el 14 de agosto de 2015, exactamente el día que Juan Almela hubiera cumplido 81 años.

Deniz
Por Eduardo Ainbinder
Un tarde de enero de 1997 –acompañado por el poeta Darío Rojo– llegué a San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes. Bajó a recibirnos un hombre alto, corpulento y algo excedido en peso (No lo imaginaba así. Por ese entonces sólo lo había visto retratado en la contratapa de Mansalva; un rostro flaco, algo esmirriado, que no dejaba adivinar semejante porte).
Aunque más que su altura, me impresionó cómo estaba vestido: de la cintura hacia arriba con una camisa a rayas, encima de otra camisa también a rayas –de diferentes colores entre sí– que sobresalían por debajo de un buzo con motivos latinoamericanos. De la cintura para abajo lucía un pantalón de patchwork y una pantuflas a cuadrillé escocés. Años más tarde descubrí otra fotografía suya. Ésta ilustraba una entrevista en donde aparecía ataviado de manera similar, por lo que supuse que con aquella vestimenta –digna de un arlequín– Juan Almela (Gerardo Deniz) desorientaba o agasajaba a las visitas, según sean reporteros o amigos.
Para romper el hielo le comenté que desde que habíamos llegado al Distrito Federal, junto a mi amigo pasábamos jornadas enteras dentro de las librerías de viejo de la calle Donceles.
“Qué morbosidad” recibimos por toda respuesta. Se provocó un silencio, un desconcierto entre nosotros, y otro hielo por romper, esta vez mayor. Con cierta sorna ante nuestro juvenil entusiasmo, sentada su enorme humanidad sobre un sillón, con las piernas estiradas y cruzadas por los talones, nos preguntó si escribíamos. “Ajá, poetas”, soltó, como advirtiéndonos que la poesía era para él una actividad minusválida y prescindible. No recuerdo si hubo más preguntas de su parte, sólo que de pronto desapareció para regresar enseguida con una botella de ron y tres vasos. Lo que siguió fue un extenso y proteico monólogo autobiográfico, una silva de varia lección impartida a dos receptores algo atónitos, elegidos vaya a saber por qué deidad para recibirla de primera mano.
A la hora de hablarnos de sus influencias mostró cierto desconcierto –sin abandonar nunca el tono socarrón–, provocado por la recurrencia con la que se comparaba su poesía con la de Ezra Pound. Tiempo después pude verificar que el malentendido ya se remontaba a la Crónica de la Poesía Mexicana de José Joaquín Blanco, publicado por vez primera en 1977. Allí, Blanco, en su breve mención a Deniz, sitúa sus poemas “muy próximo a los Cantos de Pound”, además de tildarlo de poeta “hermético”, término que lo acompañó como una maldición durante décadas. Evidentemente fueron pocos los que tomaron en serio esa declaración de principios aparecida en el prólogo de Mansalva: “En todos mis poemas el humo sube y las piedras caen”, que acaso retoma un verso de Salvador Díaz Mirón: “El rayo baja y el perfume asciende”.
Al respecto, dos iluminaciones: C. E. Feiling, en un artículo publicado en 1990 en la revista Vuelta: “Gerardo Deniz escribe poemas-problemas, circunstancia que vuelve perspicua y urgente la necesidad de interpretar (en el sentido de comprender) sus textos. Alguien me dirá que es imposible tener absoluta certeza acerca de las intenciones de otra persona. Estoy completamente de acuerdo (la vida es dura y breve), pero no hace falta caer en la vieja treta escéptica de descartar como cognoscitivamente inútil todo lo que no sea certeza absoluta”.
Segunda iluminación: Aurelio Asiain en un notable ensayo incluido en Caracteres de imprenta: “Es explicable, aunque siempre hay que lamentarlo, que haya quienes piensen (…) que detrás no hay nada y que el poema es pura confusión. La poesía de Deniz es difícil y participa de un mundo extraño en muchos sentidos al que habitamos cotidianamente la mayor parte de los lectores; pero esa dificultad (que no es extraña en la poesía mexicana: piénsese en Chumacero y en cierto López Velarde, dos maestros suyos) puede ser una de sus características más estimulantes y corresponde, admirablemente, a una experiencia vital integradora de universos que solemos creer incompatibles”.
Volviendo a aquella tarde-noche, cada vez que me animaba a interrumpirlo con una teoría de cosecha propia sobre sus poemas, contestaba con un silencio, sin mostrar el menor interés, indiferente como sólo puede serlo un gato. Por más sensatas que fueran las teorías (y las mías no lo eran), Gerardo Deniz sólo parecía apreciar a quien pudiera identificar uno o más ingredientes en sus poemas; el origen de alguna cita en otro idioma, episodios de la trastienda de la Historia o alguna alusión recóndita. Cuando esto sucedía se animaba notablemente, abandonando toda indiferencia. Recuerdo que comenzaba sus “visitas guiadas” con una interrogación: “¿Notaron que…?”
Como en ese momento era reciente la publicación de Ton y son le pregunté sobre “Epitufo”, el enigmático título de uno de los poemas que integran el libro, en el que escribió su epitafio (el epitafio de un Pitufo), como consecuencia de los dichos de un crítico que sentenció que Deniz era sólo un habla: “Como la ninfa Eco hasta ser una voz / yo me enjuté hasta quedar sólo en habla, / sin darme cuenta: cero, polvo a la izquierda, / ceguera por carencia neta / de discernimiento teórico. Merecido”. Cabe resaltar que a cierta altura de la noche todo requerimiento de nuestra parte era respondido con creces así que fui por más y le pregunté  sobre “La voz tras el espejo”, poema que especialmente me intrigaba por un tono que le era absolutamente ajeno (“Perdida en la orilla muda de mi sueño / muestra las dos manos a un cielo que cae / túnica espumeante opaca de enigmas / por arcos sonoros de una luz difusa”.) Escrito para ilustrar su teoría de la neo-cursilería, resultó además una involuntaria trampa para atrapar incautos, cuyo inmediato resultado a la publicación de Ton y son fue el llamado telefónico de un poetastro que lo felicitó por haberse “superado a sí mismo” en ese texto. Sin embargo, su teoría de la neo-cursilería no se circunscribía a lo poético, sino que también alcanzaba a cierta crítica que según sus propias palabras “sólo ofrece expresiones borrosas que no significan gran cosa”. 
Quizá pueda mencionarse como único antecedente bélico en la poesía mexicana a Salvador Novo, en especial a aquellos sonetos en donde, entre otras cosas, hace escapar un pedo sazonado al mismísimo López Velarde, o dice que Sor Juana, como cualquier mortal, cagaba mierda.
Pero a diferencia de Novo, en Deniz la actitud confrontativa, de mofa hacia la cultura, excede el marco de la sátira. Allí donde la sátira se muerde la lengua, Deniz dispara con munición gruesa, como cuando trató de “ganglio cerebroide” a José Emilio Pacheco.
La hora de irnos se acercaba y como por ese entonces yo tenía un pequeñísimo sello editorial, me animé a pedirle algún texto inédito para publicar en Argentina. Nos habló de una larguísima prosa sobre “Allanamiento de violeta”, poema que describe una penetración anal a esa damisela de largas piernas que bautizó con el nombre de “Rúnika”. 
Por supuesto que no estaba dispuesto a entregarnos el texto así como así. La cuestión hubiese requerido más visitas, una mayor entrada en confianza, y yo estaba en México sólo por unos pocos días más. Quedé en llamarlo por teléfono al regresar a Buenos Aires para arreglar el asunto, pero advirtió que todo estaba “a merced de su neurosis de turno”. Lamentablemente, por una cosa o por otra, nunca lo llamé. Cabe agregar que dicha prosa sigue inédita hasta hoy. Junto a mi amigo, habíamos ingresado a eso de las siete de la tarde a ese departamento al que sólo le daba el sol quince minutos por día, en donde Juan Almela vivía en forma más que modesta. Olímpicos, con ejemplares de Op.cit. bajo el brazo, nos fuimos cerca de la una de la madrugada.
Cinco años después tuvo lugar mi segundo encuentro con el autor de Erdera. Sin embargo, fue mucho más breve y no tuvo ninguno de los ingredientes del primero. Esta vez, cuando lo llamé por teléfono alguien respondió: “Hola, pastelería…”. Creí que era otra de sus estratagemas para desconcertar, pero resultó que se había mudado. (Cuando Mónica de la Torre, su traductora al inglés, lo llamó por primera vez, se produjo el siguiente diálogo: … Hola, ¿es usted Gerardo Deniz? –A veces.) Conseguí su nuevo número por los buenos oficios de Juan Carlos Cano –actual editor del sello Mangos de Hacha–, quien además me acompañó a verlo. Ahora residía en Torreón 25, en la Colonia Roma sur. Nos recibió con un “Bueno, qué clase de crimen quieren cometer conmigo”…

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El retrato de Ainbinder es mío; lo mismo la foto del letrero de la calle de Donceles y la foto de Deniz que cierra el post. La foto de C.E. Feiling (1961-1997) procede de http://bit.ly/1ut3pc1, donde se publica sin crédito de autoría. La de Pacheco, de http://bit.ly/1M6ucTA, donde ocurre lo mismo. Tomo la de Aurelio Asiain de su página en Facebook. La de Salvador Novo es de Álvarez Bravo y la copio de http://bit.ly/1xb93jE. El mapa que acompaña este post es una fotocopia sobre la que Deniz marcó algunos detalles relacionados con su poema “Allanamiento de violeta”, para ilustrar una prosa que aún es inédita, tal y como afirma Ainbinder; este año, por cierto, verá la luz como parte de dos ediciones simultáneas: en la segunda de Visitas guiadas (DGP de Conaculta) y en la primera de De marras, la prosa reunida de Deniz (FCE). La foto en blanco y negro de Deniz es de Nicola Lurusso y fue tomada en el departamento de San Antonio 36-6, colonia Ciudad de los Deportes, donde los poetas Ainbinder y Rojo visitaron a Juan Almela la primera vez. En primer plano puede verse a Koshka, la gata de Deniz.

Más sobre Gerardo Deniz en este blog:
En sus 80 años, http://bit.ly/1sDZm8f
Una vida con el Fondo de Cultura Económica, http://bit.ly/1TNgNSM
Noticias “recientes”, http://bit.ly/V95VkF
Sobre Red de agujeritos, http://bit.ly/12RrW9H
Cuadernos y dibujos infantiles, http://bit.ly/9dkSDa
Una entrevista de 1993, http://bit.ly/1oyaGVn
De visita en la Escuela Mexicana de Escritores, http://bit.ly/1nIVmm1


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