viernes, 12 de agosto de 2016

Juan de Mairena (fragmentos)

Con más gusto que nunca, en marzo pasado releí el Juan de Mairena de Antonio Machado. Lo hice, como las veces anteriores, en los dos tomitos que compré en 1984 para la clase de introducción a la filosofía del malhadado Sebastián Lamoyi (Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, Losada, Sexta Edición, Buenos Aires, 1977).
Al revés de como hice antes, he marcado con lápiz los pasajes que me hicieron pasarla en grande, ya sea reflexionando o riendo, en ocasiones a carcajadas, aprendiendo siempre. A continuación, un puñado de esos pasajes, para deleite de quienes siguen este blog.
Los temas: la benevolencia, como parte esencial de la crítica; una ocurrente defensa de la ingesta alcohólica; la metafísica que es propia del poeta, sobre todo en comparación con la del filósofo; la hazaña de la objetividad y el invento y la función de los relojes; la juventud y la vejez; la coexistencia, en todo ser humano, del solipsismo versus la sed de lo otro; la forma de combatir los excesos de la moda artística; la manera en la que se pudren las obras que no publicamos; el camino directo de la expresión de la poesía; el gabán que usaba Mairena.

Juan de Mairena (trece fragmentos)
Por Antonio Machado
Si alguna vez cultiváis la crítica literaria o artística, sed benévolos. Benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el milagro de la belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda. La crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es frecuente en España, y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca ni lo desea. (Tomo I, página 23.)

Fama de borracho
Mi maestro tenía fama de borracho porque, en ocasiones muy solemnes de su vida –el día de sus esponsales, al recibirse de doctor, en algún ejercicio de oposiciones a cátedras, etc.–, reforzaba su moral, como él decía, o amenguaba la conciencia de su responsabilidad, con frecuentes libaciones. Las gentes se decían: “Este hombre, que diserta sobre Metafísica oliendo a aguardiente de un modo escandaloso, ¿cómo estará cuando no tenga que disertar sobre nada?” Y la verdad era que mi maestro no tenía trato con el alcohol más que en aquellas solemnes ocasiones. Nada intentó mi maestro, sin embargo, para deshacer esta mala opinión, y ello por muchos motivos que a él le parecían otras tantas razones. Primero: porque el alcohol –decía él– forma parte de mi leyenda, y sin leyenda no se pasa a la historia. Segundo: porque conviene que los eruditos del porvenir tengan algo que averiguar que no sea meramente literario. Tercero: por gratitud al alcohol, merced al cual he salido con bien de algunas situaciones difíciles. Cuarto: por respeto y simpatía a gentes nada abstemias que se enorgullecen de contarme entre los húmedos. Quinto: porque mi sequedad no es tan absoluta que pueda jactarme de ella. Sexto: porque, en último término, añade muy poco a la virtud la carencia de vicios.
Y mi maestro seguía enumerando razones, que tanto es la sinrazón fecunda en ellas. De otras, demasiado sutiles, hablaremos mañana. (Tomo I, páginas 129-130.)
Metafísica para andar por casa 
Pero el poeta debe apartarse respetuosamente ante el filósofo, hombre de pura reflexión, al cual compete la ponencia y explanación metódica de los grandes problemas del pensamiento. El poeta tiene su metafísica para andar por casa, quiero decir el poema inevitable de sus creencias últimas; todo él de raíces y de asombros. El ser poético –on poietikós– no le plantea problema alguno; él se revela o se vela; pero allí donde aparece, es. ¿Qué es? ¿Quién la hizo? ¿Cómo se hizo? ¿Cuándo se hizo? ¿Para qué se hizo? Y todo un diluvio de preguntas que arrecia con los años y que se origina no sólo en su intelecto –el del poeta– sino también en su corazón. Porque la nada es, como se ha dicho, motivo de angustia. Pero para el poeta, además y antes que otra cosa, causa de admiración y de extrañeza. (Tomo I, página 141.)


Hazaña de gigantes
… la objetividad, en cualquier sentido que se tome, es el milagro que obra el espíritu humano, y que, aunque de ella gocemos todos, el tomarla en vilo para dejarla en un lienzo o en una piedra es siempre hazaña de gigantes. (Tomo I, página 147.)

Relojes
Sí; el hombre es el animal que usa relojes. Mi maestro paró el suyo –uno de plata que llevaba siempre consigo–, poco antes de morir, convencido de que en la vida eterna a que aspiraba no había de servirle de mucho, y en la Nada, donde acaso iba a sumergirse, de mucho menos todavía. Convencido también –y esto era lo que más le entristecía– de que el hombre no hubiera inventado el reloj si no creyera en la muerte. (Tomo II, página 9.)

Papeles que reparte la vida
Porque en mucho viejo que se tiñe las canas abunda el joven a quien se puso la peluca antes de tiempo. Y es que la juventud y la vejez son a veces papeles que reparte la vida y que no siempre coinciden con nuestra vocación. (Tomo II, página 18.)

No se dialoga porque nadie pregunta
Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá? En España no se dialoga porque nadie pregunta, como no sea para responderse así mismo. Todos queremos estar de vuelta, sin haber ido a ninguna parte. (Tomo II, página 18.)

Relojes, 2
Nuestros relojes nada tienen que ver con nuestro tiempo, realidad última de carácter psíquico, que tampoco se cuenta ni se mide. (Tomo II, página 21.)

Nostalgia de lo otro
El hombre es el único animal que quiere salvarse, sin confiar para ello en el curso de la naturaleza. Todas las potencias de su espíritu tienden a ello, se enderezan a este fin. El hombre quiere ser otro. He aquí lo específicamente humano. Aunque su propia lógica y natural sofística lo encierren en la más estrecha concepción solipsística, su mónada solitaria no es nunca pensada como autosuficiente, sino como nostálgica de lo otro, paciente de una incurable alteridad. (Tomo II, página 28.)

El gabán de Mairena
Juan de Mairena usaba en los días más crudos del invierno un gabán bastante ramplón, que solía llamar la venganza catalana, porque era de esa tela, fabricada en Cataluña, que pesa mucho y abriga poco. La especialidad de este abrigo –decía Mairena a sus alumnos– consiste en que, cuando alguna vez se le cepilla para quitarle el polvo, le sale más polvo del que se le quita, ya porque sea su paño naturalmente ávido de materias terrosas y las haya absorbido en demasía, ya porque estas se encuentren originariamente complicadas con el tejido. Acaso también porque no sea yo ningún maestro en el manejo del cepillo. Lo cierto es que yo he meditado mucho sobre el problema de la conservación y aseo de este gabán y de otros semejantes, hasta imaginar una máquina extractora de polvo, mixta de cepillo y cantárida, que aplicar a los paños. Mi aparato fracasó lamentablemente por lo que suelen fracasar los inventos para remediar las cosas decididamente mal hechas: porque la adquisición de otras de mejor calidad es siempre de menor coste que los tales inventos. Además –todo hay que decirlo­– mi aparato extractor extraía, en efecto, el polvo de la tela; pero la destruía al mismo tiempo, la hacía –literalmente– polvo.                         
Pero voy a lo que iba, señores. Con este gabán que uso y padezco alegorizo yo algo de lo que llamamos cultura, que a muchos pesa más que abriga y que, no obstante, celosamente quisiéramos defender de quienes, porque andan a cuerpo de ella, pensamos que pretenden arrebatárnosla. ¡Bah! Por mi parte, en cuanto poseedor de semejante indumento, no temo el atraco que me despoje de él, ni pienso que nadie me dispute el privilegio de usarlo hasta el fin de mis días. (Tomo II, página 31.)

Para combatir los excesos de la moda
Sed hombres de mal gusto. Yo os aconsejo el mal gusto, para combatir los excesos de la moda. Porque siempre es de mal gusto lo que no se lleva en una época determinada. Y en ello encontraréis a veces lo que debiera llevarse. (Tomo II, página 44.)

Lo inédito
Yo nunca os aconsejaré que escribáis nada, porque lo importante es hablar y decir a nuestro vecino lo que sentimos y pensamos. Escribir, en cambio, es ya es la infracción de una norma natural y un pecado contra la naturaleza de nuestro espíritu. Pero si dais en escritores, sed meros taquígrafos de un pensamiento hablado. Y nunca guardéis lo escrito. Porque lo inédito es como un pecado que no se confiesa y se nos pudre en el alma, y toda ella la contamina y corrompe. Os libre Dios del maleficio de lo inédito. (Tomo II, página 48.)

El lenguaje de todos
Sabed que en poesía –sobre todo en poesía– no hay giro o rodeo que no sea una afanosa búsqueda del atajo, de una expresión directa; que los tropos, cuando superfluos, ni aclaran ni decoran, sino complican y enturbian; y que las más certeras alusiones al humano se hicieron siempre en el lenguaje de todos. (Tomo II, página 48.)

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El célebre retrato de Machado es del fotógrafo Alfonso; fue hecho el 8 de mayo de 1934, en el café de las Salesas de Madrid. 

Salvo la que abre esta entrega de Siglo en la brisa, las imágenes de las portadas de las más diversas ediciones de Juan de Mairena que ilustran este post, proceden de internet.

Más sobre Antonio Machado en este blog:
Machado, Alberti y una rara edición de Rimbaud, http://bit.ly/2b9toyU
Machado recuerda a Pablo Iglesias, http://bit.ly/1RRIecM
Machado en el recuerdo de Moreno Villa, http://bit.ly/232fwLo
La rima según Antonio Machado, 
http://bit.ly/1U6LTWV  








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