viernes, 5 de mayo de 2017

El exilio según Juan Goytisolo

Al poco de volver a Marrakech, donde entrevisté a Juan Goytisolo sobre literatura española medieval, leí las respuestas que el escritor español había dado a Danubio Torres Fierro en 1980 y que éste incluyó en su espléndido Contrapuntos (Taurus, 2016). 
Contrapuntos,
Taurus, México, 2016.
En ese libro se reúnen conversaciones con los más importantes escritores de las dos orillas de la lengua, de García Márquez y Juan Carlos Onetti a Juan Benet y José Ángel Valente, pasando por Severo Sarduy, Reinaldo Arenas, Vargas Llosa, Bioy Casares y un largo etcétera. A poco de entrevistar al entrevistador en mi programa de radio (A Pie de Página, IMER, 13 de febrero pasado), solicité a Danubio Torres Fierro autorización para reproducir su conversación de hace casi cuarenta años con Goytisolo, a lo que él accedió generosamente.
Me parece muy aleccionadora la visión del exilio que expone el autor de Reivindicación del conde don Julián, y suficientemente claras sus advertencias sobre el peligro de tener el propio país como único horizonte. Donde dice España leamos México y tendremos un diagnóstico certero de los costos del encierro y provincianismo nacionales, que suelen ser gravosos especialmente para quienes tienen la tarea cotidiana de pensar e imaginar. Publico este fragmento de la entrega sobre Juan Goytisolo como una suerte de retrasado “adelanto” del libro de Torres Fierro, siempre con la idea de invitar a su lectura.

Contraportada de la edición mexicana de Señas de identidad.
Pasado y presente de España
por Danubio Torres Fierro

Castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamérica, nesrani en Marruecos y moro en todas partes, no tardaría en volverme a consecuencia de mi nomadeo y viajes en ese espécimen de escritor no reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías. El conflicto familiar entre dos culturas fue el primer indicativo, pienso ahora, de un proceso futuro de rupturas y tensiones dinámicas que me pondría extramuros de ideologías, sistemas o entidades abstractas caracterizadas siempre por su autosuficiencia y circularidad. La fecundidad de cuanto permanece fuera de las murallas y campos atrincherados, el vasto dominio de las aspiraciones latentes y preguntas mudas, los pensamientos nuevos e inacabados, el intercambio y ósmosis de culturas crearían poco a poco el ámbito en el que se desenvolverían mi vida y escritura, al margen de valores e ideas, menos estériles que castradores, ligados a las nociones de credo, patria, estado, doctrina o civilización.

He ahí una declaración de principios por parte de Juan Goytisolo (1931). Muecas de desamor, ademanes repelentes, alegoría de la mofa, orfandad transterritorial y un obstinado retumbo recriminatorio. Una reivindicación de la singularidad y el radicalismo, un elogio del exilio y de la errancia como fraguas liberadoras, de sello cuasi ácrata, y un alegato en favor de una moral inclaudicante y una estética bastarda. El despliegue de una bandería soberbia. Va de suyo que, en el personal espacio de inquisición que Goytisolo dibujó a lo largo de su obra, estas definiciones encajan como claves de bóvedas de una arquitectura intelectual que muestra una continuidad empecinada y, a la vez, tornadiza. Si, en sus primeros títulos, la mala conciencia social activó los mecanismos de la creación y promulgó una formulación esquemática de la escritura, también amparó una intensidad empática, que trasmitía al lector una experiencia de vida propia y cercana, y en la que la mordedura de la culpa era alimento y estímulo. 
Señas de identidad.
Edición mexicana.
Pues bien: desde Señas de identidad (1969), desde sus páginas finales, Goytisolo se pone a describir una aventura que, si bien rompe con lo anterior, se le encadena de modo persuasivo, resonador. Se procede, por etapas, a una serie de sustituciones sintomáticas. Así, de los remordimientos porque los antepasados explotaran esclavos en una Cuba remota (Señas de identidad), o de la indignación ante una geografía dejada de la mano de los hombres (Campos de Níjar, 1959), se pasa a la cólera por una expulsión secular que se conserva vigente (Reivindicación del conde don Julián, 1970), a la abjuración de unos prejuicios sociales, políticos y sexuales a los que se descubre mentirosos (Juan sin Tierra, 1975) y a la repulsa furiosa de la institución occidental (Makbara, 1980). Así, también, la visión ideológica gana complejidad, el universo literario renuncia al documento y pega un salto al abismo, la oscura seducción del andaluz se trasmuta en la del árabe… 
Desde los últimos títulos, los que aparecen entre 1970 y 1982, y hasta Las virtudes del pájaro solitario, de 1988, se asiste a la fundación de un nuevo estatuto literario que crece en forma orgánica, que recrea una polifonía literaria abierta y circular, que apuesta por una dicción poética que solicita la lectura oral y por una estructura salmódica que valoriza las diferentes perspectivas. Libros ya contemporáneos de una España democrática, Coto vedado (1985) y En los reinos de taifa (1986), revisan una trayectoria personal que, en el primero, es búsqueda de amor y refugio, y, en el segundo, recalcitrante afán desmitificador. ¿Cabe decirlo? Las obras de Juan Goytisolo son parte central de la literatura hispanoamericana.

Has persistido en tu exilio, que comenzó bajo la dictadura de Franco y se prolonga hasta hoy, luego de que España ha hecho una transición a la democracia. ¿Por qué?
Te voy a contestar con una frase de José María Blanco White, un autor que —te consta— admiro. Él dijo, hablando del exilio, que “es la bendición más señalada que he recibido en mi vida”. 
José María Blanco White.
Fuente: Wikipedia.
La frase, en su momento, me impresionó mucho y he procurado, desde entonces, transformar lo que podía ser un castigo (la dificultad o la imposibilidad de regresar al país, en una determinada época, como era la del periodo franquista, o el hecho de que durante un lapso largo mi obra estuviese prohibida) en una bendición. Es decir, traté de servirme de esa carencia, de darle la vuelta y aprovecharla para lograr una connotación positiva. Así, y para mí, y a partir de cierta fecha temprana, el exilio no ha sido un lamento sino una fuerza vital cuyo impulso se ha prolongado después incluso de que desapareció la causa que lo provocó. Yo podría haber regresado a España una vez muerto Franco, es claro; pero, como lo dije en un texto que escribí la misma noche en que él murió, esa muerte me llegó demasiado tarde. Era como recibir un sí a una propuesta amorosa que se declaró una serie de años antes, cuando ya estás enamorado de otra persona y eso sí carece de sentido.
¿Por qué, en tu caso, el exilio es una bendición?
La persona que vive fuera goza de una ventaja enorme con respecto a su propia cultura que consiste, en primer lugar y sobre todo, en ver la suya a la luz de otras culturas, en comparar su lengua con otras lenguas, en advertir que la escala de valores consensuada por su propia tribu es falsa. Me explico: cuando uno vive sumergido en un determinado medio no tiene puntos de referencia con respecto a otros idiomas y otras culturas, y lo que yo descubrí poco a poco fue que lo que en España —me refiero al acontecer que se extiende desde el comienzo de la literatura castellana hasta el siglo xx— a veces es considerado como muy importante era, de hecho, una imitación de algo que ya existía fuera. En contrapartida, y oponiéndose al convencionalismo de recibo, existía una serie de autores —medio ocultados, medio enterrados— que eran de una originalidad absoluta y a los que yo no les encontraba ningún equivalente en el ámbito europeo o, para llamarlo de alguna manera, occidental.
Danubio Torres Fierro, autor de Contrapuntos,
libro del que he tomado esta entrevista.
Foto: Luis Humberto González, La Jornada.
Háblame de algunos de esos casos.
El propio Blanco White, por ejemplo, que fue el primero en advertir que nuestra literatura medieval (e incluyo en ella obras como el Retrato de la lozana andaluza) es infinitamente más rica que la llamada literatura del Siglo de Oro. San Juan de la Cruz también ha sido un desconocido por lo menos hasta fecha reciente, y la gente sistemáticamente ignoró —quizás porque fue un santo y doctor de la Iglesia— su vida llena de sufrimientos y que su Cántico Espiritual no se publicó en España sino en Francia y que no fue incluido en sus obras sino hasta muchísimos años más tarde. 
Tenemos el caso de Cervantes. Una obra como El Quijote fecundó la totalidad de la nueva novela europea y sin ella no se conciben ni la narrativa francesa ni la inglesa del XVIII. Y el único país en el que Cervantes no ejerció influencia alguna (una influencia tan extrema, quiero decir, como la de Lope de Vega) fue en España. También Góngora, recuérdalo, fue sepultado como ejemplo de mal gusto hasta que lo desenterró la Generación del 27, y ese ocultamiento fue escandaloso, porque él puede ser considerado, de cierta manera, nuestro James Joyce. ¿Acaso el Paradiso de Lezama Lima no proviene de la tradición inaugurada por Góngora?
Has vivido en Francia, en Estados Unidos y también en el mundo árabe. ¿Hay en ese tránsito un alejamiento no sólo de la cultura española sino, también, una suerte de distancia crítica frente a la cultura europea occidental?
Yo estoy absolutamente en contra de lo que se puede llamar nacionalismo y, en particular, nacionalismo cultural, sobre todo cuando mira al pasado y fomenta lo privativo. No creo que existan, en el ámbito del idioma español, una literatura guatemalteca o una literatura cubana, una literatura argentina o una literatura española. 
Juan Goytisolo.
Fuente: Wikipedia.
Yo me siento —y te consta— mucho más cerca de algunos escritores del idioma que pueden ser mexicanos o cubanos que de la mayor parte de mis compatriotas, lo cual me hace ver la inanidad de las fronteras geográficas. Yo he sentido también la necesidad, como has señalado en tu pregunta, de analizar la cultura europea desde fuera, con los ojos de una cultura exterior a ella. Y, para mí, la elección de la cultura árabe fue muy fácil por el papel histórico que ha desempeñado en la formación de la cultura española. Por otra parte, fuera he aprendido lo que se llama “curiosidad”, y eso ha sido muy importante, porque los españoles somos, por regla general, muy poco curiosos y nos gusta cultivar el “ombliguismo”. Para rematar, y a la vez para resumir, yo diría que una cultura es la suma de las influencias exteriores que ha recibido; en el momento en que deja de recibir esa influencia exterior, ese influjo excéntrico, esa cultura muere.
Me acuerdo de que precisamente en la presentación crítica que escribiste para la edición de la obra de Blanco White, que apareció primero en México, hacías algunas consideraciones sobre España que eran muy amargas. ¿Qué le cambiarías ahora a ese texto?
Tal vez la escribiría con menos violencia porque, para bien, la historia de España ha variado en los últimos años. Esa presentación la hice en un momento en que el cambio era posible pero no se vislumbraba de una forma cercana. Agreguemos que, en el espacio de 15 años, la sociedad española se ha liberado, al menos en apariencia, de sus estructuras mentales y de sus modelos de comportamiento tradicionales. Y no olvidemos, por lo demás, que a partir de 1960, con esa capacidad de adaptación que lo caracterizó, el franquismo sobrevivió gracias a los acuerdos militares con Estados Unidos y a los aportes financieros de esos países europeos contra los que tanto se nos prevenía en años anteriores. 
Así, y de una manera radical, también ella característica de los españoles, pasamos de una política de “soberbio aislacionismo”, preconizado por el régimen, a la apertura de nuestras fronteras para más de dos millones de españoles insatisfechos con razón de sus condiciones de vida, y a la reorganización del gigantesco aparato de propaganda franquista para satisfacer los imperativos y las exigencias de la nueva y muy próspera industria turística. Poco a poco, gracias a la doble corriente de emigrantes y turistas, de expatriados y extranjeros, España aprendió por vez primera en su historia a trabajar, a viajar, a explotar comercialmente sus cualidades y sus defectos, a asimilar los criterios de productividad de las sociedades industriales. Un cambio de mentalidad tan brutal no se hizo, es claro, sin contradicciones ni sacudidas. España quería observar el mismo comportamiento que esa Europa que la visitaba todos los veranos sin contar, para ello, con los medios y, sobre todo, con el entrenamiento social indispensables.
¿Cómo se acomodó ese esquema histórico a la transición política ocurrida a partir de 1976?
El periodo de transición implicó la puesta al día de la sociedad nueva nacida durante el franquismo: la recuperación de una palabra confiscada por el poder, la libertad política y cultural, el abandono de tabúes y de normas tradicionales que acelera las mutaciones. 
Adolfo Suárez.
Fuente: Internet.
Estos cambios hicieron de España (después de los sobresaltos de la democratización audazmente emprendida por Adolfo Suárez) ese país resplandecientemente nuevo (nuevos ricos, nuevos libres, nuevos europeos) que ha optado por la modernidad extremosa a riesgo —y esto es fundamental subrayarlo— de perder su memoria histórica y de ignorar la lucha intelectual y la resistencia cultural y moral contra el nacionalcatolicismo de gran parte de mis compatriotas. Así, y por eso mismo, a la España ya próspera pero muda del final del franquismo le ha sucedido un país que recobró la palabra pero perdió la memoria, que cierra desdeñosamente los ojos a los problemas del llamado Tercer Mundo, que adopta frente a los gitanos y a los inmigrantes árabes una actitud racista y que posee una receta infalible para ser más europeísta que los europeos: norteamericanizarse más rápido que ellos, ser no ya moderno sino —para usar la palabreja— posmoderno. Pero ahora, después de haber tirado la casa por la ventana en los tres o cuatro últimos años, ha sonado la hora de la verdad. ¿Seremos capaces de enfrentarnos a ella? [1980]

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Gracias a Danubio Torres Fierro por permitirme reproducir su entrevista con Juan Goytisolo. Gracias también a Random House Mondadori y en especial a Mauricio Montes por las facilidades para hacerlo de la mejor manera.

El retrato de Danubio Torres Fierro es de Luis Humberto González y pertenece a La Jornada; lo tomo prestado de la red.

Foto: Lola García Zapico
Más sobre Juan Goytiloso en este blog:
Tras su huella en Marrakech (crónica), http://bit.ly/2jipjeP
Imágenes de la ciudad roja (fotos), http://bit.ly/2j6SH8x
La lengua de La Celestina, a escena, http://bit.ly/2pjD0RK



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